jueves, 19 de agosto de 2010

De mi niñez

De pronto, no me di cuenta cuándo fue que se me pasó la niñez, decía que tenía mucho en qué pensar cuando en los hechos no era así, pero lo creía y lo cumplía con convicción de quien no sólo sueña con un día ser bombero sino en el tiempo que dedicará a limpiar y resguardar ese brillante y orgulloso color rojo de la camioneta cuya escalera llega tan alto como el Empire State, aunque en ese entonces no supiera cómo se llamaba ese edificio grandote.

Hijo único hasta los siete, disfruté como enano las horas tirado en el suelo con aquellos rígidos monigotes que emulaban a los todavía héroes de los encordados, hoy tristemente rebasados por el poder mercadotécnico de los norteamericanos. ¡Qué esperanzas que el fantoche de Big Boss, aquél estereotipo del policía gringo y rudo vestido de azul lograra vencer a Octagón y sus vuelos, lances y su famosa jarocha!

Las horas que pasé con esos monos que un día decidieron dejar las luchas por el fútbol rápido, cinco contra cinco en dos cuadros de la loza gris del suelo con pelota de cristal, canica tamaño normal emulando el balón número cinco, fueron cruciales, ahí pase la mayor parte y a la ves, las mejores horas.

Antes de ello no pensaba, en querer aquel globo flotante, no pensaba en el algodón de azúcar, no pretendía ningún ostentoso juego de mesa, ni los GI Joe, un día recuerdo muy bien, mamá dijo: no tengo dinero, así que no pidas. ¡Y nunca más volví a pedir!

Epílogo

Tiempo después vino una hermana, que me restó tiempo de mis actividades de juego y aumento la calidad de jalones de cabello. Las preocupaciones por el dinero creo que acabaron, ella recibía toda clase de cosas que cualquier niña hubiese querido. Y lo mejor: nadie se enteró de el deseo que siempre tuve por esa avalancha que Chabelo anunciaba los domingos. Seguro mamá estaría orgullosa de mí.


Guaymas, Sonora
Escritoelmartes20dejuliode2010

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